Y fue este verano cuando comencé a fumar, a la sombra de la montaña y de los robles.
Con un café en mano y el ruido de los pájaros como compañeros de humo no necesitaba nada más para ser feliz. Esa tarde fría podría haberme fumado una cajetilla completa contemplando el horizonte.
Lentamente estoy cambiando el mar por la montaña y el viento cálido que baja por las laderas de los cerros que me rodean, pero el recuerdo de mi playa y mi faro me tira de vuelta a mi pueblo que cada día lo siento más lejano pero a la vez más cerca.
Ya terminando la temporada me siento en al balcón a mirar el pasado cercano, lo que fue uno de los veranos más interesantes de mi vida. Extrañar estas tardes será uno de los pasatiempos que tendré en lo que me queda de existencia, extrañar el cigarro y el café a la sombra de la montaña y el frio de los robles.
